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La consolidación de la posición chino-rusa como fundamento del mundo multipolar

<strong>La consolidación de la posición chino-rusa como fundamento del mundo multipolar</strong>

El 2 de marzo, paralelamente a la reunión ministerial del G20 en la India, el canciller ruso, Serguéi Lavrov, se reunió con su homólogo chino, Qin Gang. Durante el encuentro se trataron varios temas, entre ellos, por supuesto, la situación en torno al conflicto en Ucrania y las propuestas para una solución política de la crisis.

Una vez más quedó demostrado que Rusia y China tienen un alto grado de coincidencia en posiciones clave relativas a las relaciones internacionales. En una declaración conjunta emitida tras la reunión, Serguéi Lavrov y Qin Gang expresaron su desacuerdo con la “imposición de enfoques unilaterales” por parte de los países occidentales en el conflicto de Ucrania, así como con el uso inaceptable del chantaje, ya sea mediante sanciones, y las amenazas políticas, ya sea mediante intentos de aislamiento diplomático, que perjudican el proceso de “democratización” de las relaciones internacionales.

Además de contrarrestar la “imposición de enfoques unilaterales” para la resolución de conflictos, cabe señalar que el fortalecimiento de la posición chino-rusa en el sistema internacional desempeña un papel estructural muy importante, el de contrapesar las aspiraciones hegemónicas de EE. UU. y sus socios occidentales en los asuntos mundiales. Merece la pena recordar que en la década de 1990, cuando China aún no tenía suficiente confianza en sí misma y Rusia atravesaba uno de los periodos más turbulentos de su historia, la superioridad cultural, militar y económica de EEUU en el sistema llevó a algunos analistas a afirmar que había llegado el “Fin de la Historia”.

Este tipo de interpretación siguió siendo muy popular hasta principios de la década de 2000, cuando en los círculos académicos occidentales se debatió la llamada Teoría de la Estabilidad Hegemónica, que defendía la necesidad de una potencia hegemónica o hegemón indiscutible como forma de estabilizar el sistema. No en vano, esa potencia hegemónica surgió en la figura del propio EE. UU., que actuó junto con los países de Europa Occidental que formaban parte de la OTAN como una especie de “policía mundial”.

En este contexto, dicha estabilidad sistémica no sería necesariamente el resultado de decisiones justas y ponderadas por parte de la potencia hegemónica, sino más bien el resultado objetivo de su abrumadora superioridad militar y económica, lo que le daría las condiciones para imponer sus puntos de vista y sus políticas al resto del mundo sin oponer una resistencia seria.

Ahora bien, como ningún otro Estado o grupo de Estados de esta configuración podrá hacer frente al hegemón, todos deberán adaptarse a la posición que les asignen las “potencias establecidas”. Hasta principios de la década de 2000, realmente tenía sentido suponer que este sería el estado natural de las cosas.

Sin embargo, el posterior ascenso económico y político de China, así como la recuperación de Rusia en el siglo XXI, no solo pusieron fin a las discusiones sobre la estabilidad pseudohegemónica, sino que demostraron que dicha estabilidad nunca existió.

Las desastrosas actuaciones de Washington en Oriente Medio, el Norte de África, Europa del Este, Asia Central y otras partes del mundo, los cambios de régimen por la fuerza, las crisis migratorias, la inestabilidad política y el empobrecimiento de países y regiones enteras han puesto en tela de juicio precisamente los “enfoques unilaterales” aplicados por la potencia hegemónica.

Por otro lado, Rusia y China han demostrado con su cooperación política a lo largo de la década de 2000 que ambas grandes potencias volvieron a ver la oportunidad de ser proactivas en la construcción de un orden internacional más justo y polifacético. En el contenido de varias declaraciones conjuntas, Moscú y Pekín expresaron su posición como contrapeso estratégico a un mundo unipolar y su aversión común a la hegemonía estadounidense, apoyada tácitamente por sus socios europeos. Rusia y China se han convertido así en los “objetivos” de las autoridades de Washington, que han empezado a utilizar la presión política a través de sanciones económicas, en el caso de Rusia, e incluso guerras comerciales, en el caso de China, para dañar sus economías y castigarlas por seguir una política exterior independiente.

Es en este contexto en el que debemos evaluar las preocupaciones de Estados Unidos y Occidente en general sobre la asociación estratégica entre Moscú y Pekín en los últimos años. Sí, por un lado, Rusia supone una amenaza para el dominio militar de EEUU por ser el país con mayor número de cabezas nucleares del planeta, por otro, China supone una amenaza para el dominio económico de EEUU por ser la segunda economía del mundo por PIB nominal y la primera economía del mundo por PIB en paridad de poder adquisitivo. No en vano, los documentos gubernamentales de la Casa Blanca entienden que la asociación estratégica establecida entre Rusia y China supone un desafío al poder, la influencia y los intereses de EEUU en el mundo, incluidos —como no podía ser de otra manera— sus intereses en torno al conflicto de Ucrania.

Cabe señalar que Washington es actualmente el principal respaldo financiero y militar de Kiev, lo que está prolongando la crisis. Mientras tanto, Rusia sigue demostrando su intención de reanudar las conversaciones con los ucranianos, a pesar de la negativa de Kiev, y China incluso con la publicación de un documento con propuestas para un acuerdo de paz.

En resumen, la cooperación chino-rusa demostrada en la reunión entre Lavrov y Qin concierne a un movimiento más profundo y estructuralmente más importante en las relaciones internacionales de nuestro siglo. Se trata de consolidar un mundo “multipolar” en contraposición precisamente a los “planteamientos unilaterales” de una potencia hegemónica anteriormente incontestada. Al fin y al cabo, el fortalecimiento de esta asociación entre Rusia y China podría beneficiar políticamente a otros países y regiones del mundo por una razón muy sencilla.

Pues bien, reconocer la existencia de un orden mundial multipolar y polifacético es reconocer que toda sociedad goza del derecho a elegir su orden político, económico y social; es decir, de la posibilidad de elegir su destino. Representa la abolición del ‘fin de la historia’ en favor de su ‘continuación’, que será escrita por las manos de otras naciones y pueblos del planeta.

Sputnik 09.03.2023

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