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La verdad del liberalismo es que el liberalismo no tiene verdad

<strong>La verdad del liberalismo es que el liberalismo no tiene verdad</strong>

Por Sergio Vide Carboni

Rebelión 27 de mayo del 2023.- Marx en El Capital se limita a desarrollar una crítica del saber científico que la sociedad capitalista tiene de sí misma: crítica de la economía política. Destacaremos algunos de los aspectos de lo que quiere esto decir.

Lo primero es que la sociedad capitalista pone un conocimiento científico particular, la economía, como una verdad absoluta. Con ello la sociedad capitalista cumple con aquella pretensión latente a lo largo de la modernidad de que la verdad sea un hacer, una praxis, y no una contemplación (donde podría darse la reflexión crítica). Es la forma en que se hace coincidir el ser o la realidad con la verdad o su representación conceptual.

A este respecto hay que decir que Marx estaba en una época del capitalismo donde éste todavía se representaba a sí mismo a través de un saber o conocimiento con pretensión de ser verdadero, es decir, contrastable, discutible, razonable, etc… Pero en la actualidad hace mucho que el capitalismo abandonó esa pretensión de representarse a sí mismo de forma verdadera. Ahora el capitalismo se limita a decir que es la verdad porque es la única praxis posible.

No es de extrañar que la escuela de Frankfurt quisiese recuperar al modelo clásico de la verdad como contemplación, es decir, una instancia crítica que no se doblegase a la verdad «de hecho»: que el capitalismo ganó la batalla (temporalmente, habría que añadir).

Pero sabemos también que apelar a la praxis o a los meros hechos para demostrar que el capitalismo es la mejor de las sociedades posibles no deja de ser un rudo instrumento ideológico. Así que creemos que todavía está vigente la cuestión de la legitimación a través de la verdad de la sociedad capitalista, aunque ciertamente de forma más vaga y difusa que en la época de Marx.

Lo segundo que hay que decir es que Marx recoge el guante de la economía política: Adam Smith, Ricardo y otros economistas de la época son el estado más elevado de la verdad que tiene la sociedad capitalista sobre sí misma. Verdad que quiere ser, valga la redundancia, verdadera, es decir, eterna o atemporal. Esto querría decir, como ya hemos señalado, que la sociedad capitalista es la mejor de las formas de organización social posible. Por tanto, no tendría ningún sentido cambiarla o pretender superarla. Bien, pues todo el análisis de Marx se limita a ser una critica de tal pretensión de verdad. Su objetivo final es abrir la posibilidad y necesidad de cambiar y superar el capitalismo.

Por tanto, si empezamos El Capital al revés, por el final, cumpliendo ese sueño hegeliano de circularidad, donde en el principio está ya el final como su sentido y en el final se revela la verdad del principio, diríamos que la única verdad positiva de El Capital es que el capitalismo es una forma de sociedad perecedera o que el modo de producción capitalista no es el último, sino que morirá transitando hacia otro modo de producción. El resto del libro es una crítica a la pretensión de verdad de la tesis contraria: aquella que presenta la forma capitalista de organización social, su economía, como una verdad científica.

Tercero, para poder criticar un conocimiento que se presenta a sí mismo como científico (economía política) debe adoptarse su propia lógica interna para poder ser superada desde dentro. No basta el rechazo externo. Por ejemplo la crítica moral, humanista, religiosa, etc… Siempre hubo muchas críticas al capitalismo desde esos variados puntos de vista. Pero la novedad de Marx es que no rechaza al capitalismo (económica política) externamente, dejando intacta su verdad, sino internamente.

Esto ha provocado mucha confusión en la comprensión de la posición de Marx respecto a la economía política. ¿Comparte Marx la teoría del valor-trabajo de Ricardo o simplemente la adopta y desarrolla para criticarla y superarla? A este respecto hay que destacar dos cuestiones. La primera es que Marx comparte esta teoría en el sentido en que es el grado de representación más claro que tiene la sociedad capitalista de sí misma. Esta verdad, aún no siendo absoluta o eterna, sin embargo supera con creces aquellas otras formas anteriores de la economía política que ponen la verdad de lo económico (¿qué es y cómo se produce la riqueza?) en la circulación: en el mercado o en el comercio. Por tanto, Marx adopta con entusiasmo la teoría de Ricardo o Adam Smith en tanto que supone una superación del resto de intentos de la burguesía por representarse su modo de hacer económico. Esto no es baladí, pues sabemos (y enseguida comprenderemos por qué) que la economía liberal ha vuelto insistentemente a esas posiciones donde explica lo económico por el comercio o la circulación, confundiendo el efecto con la causa. La segunda cuestión que hay que destacar es que Marx adopta la posición de Ricardo con entusiasmo porque la concibe como un callejón sin salida de la economía burguesa o liberal. Y en eso consiste su crítica (que no su conocimiento científico, pues decir que Marx está haciendo ciencia en El Capital equivale a rebajar su posición a la posición «burguesa»): desmantelar la lógica de la economía liberal desde sus propios principios o internamente. Esto se llama en filosofía llevar una posición a su propia contradicción interna.

Pero lo cierto es que Marx no comparte la teoría del valor-trabajo de Ricardo. Es solamente una pseudoteoría: es la forma que tiene la burguesía de representarse su quehacer económico en el elemento de la verdad. Para Marx esta teoría solamente tiene interés mientras que exista el capitalismo (que no es poco). Superado el capitalismo está teoría quedaría como mero pasado, perdiendo su pretensión de verdad, y volviendo a su elemento verdadero: representar una época. También el esclavismo o el feudalismo son modos pasados, caducos, de representación de sociedades ya desaparecidas. Su único sentido verdadero se lo damos nosotros desde el presente. Para el capitalismo la verdad del feudalismo es que ha conducido al capitalismo, es decir, no tiene verdad por sí mismo o su verdad ha muerto. En este sentido, nosotros, el presente, nos ponemos como la meta y la verdad del pasado: el pasado solo tiene sentido en tanto que nos ha traído hasta aquí y nunca por si mismo (es cierto que ponemos el sentido del pasado desde el presente, aunque lo hacemos ocultándolo, como si fuese el sentido originario del pasado mismo). El pasado serían los escalones o el camino que nos han llevado hasta aquí. Pero eso es otra cuestión bien distinta a la que estamos tratando. En todo caso la verdad del capitalismo (economía política) sufriría una transformación radical si el capitalismo se transformase en otro modo de producción «más elevado».

Para centrar este tema del valor-trabajo podemos recordar aquella máxima socialista que cito Marx: «hay que dar a cada cual según sus necesidades y cada cual debe aportar según sus posibilidades». Vemos claramente que poner un valor a un producto/mercancía, poner el trabajo como su equivalente (trabajo socialmente necesario para producir algo) u otorgar cierta cantidad de trabajo cuantificable a un producto es una falacia de una modernidad cientificista. Es una ficción de intercambio de equivalentes que se realiza justamente en el intercambio mercantil. El mercado realiza en la compra/venta una ficción de intercambio de equivalentes. Por tanto, a través de la ficción del valor de la mercancía el capitalismo enmascara una forma de dominación de clase o explotación bajo una lógica científica, como si fuese un hecho imparcial y objetivo. Detrás de la teoría del valor-trabajo está le pretensión burguesa de hacer pasar su práctica de explotación (una actividad particular, que responde a intereses privados o de clase) por una realidad científica (una actividad universal, desinteresada, objetiva y que representa a toda la humanidad). La teoría del valor-trabajo es la representación burguesa de que toda riqueza es producto del trabajo. ¿Qué querrá decir esto?

Que la riqueza es producto del trabajo quiere decir que para la burguesía el capital, en tanto que trabajo acumulado, es la fuente de nueva riqueza. Para la burguesía (que ya, como nos enseñó Pasolini, prácticamente somos todos) es el capital el origen de la riqueza social. Como vemos, la teoría del valor-trabajo no es más que la pretensión de legitimar la actividad económica de la burguesía. Marx mostró el límite y la contradicción de esta representación, obligando a la burguesía a poner nuevas formas de representación de sí misma (a crear nuevas teoría económicas) que superasen esas contradicciones señaladas. La burguesía fracasó en su intento (y fracasará siempre), pues las nuevas teorías económicas se han mostrado siempre más superficiales: la riqueza la producen las máquinas, la ciencia, la tecnología, el saber, la ambición, las guerras, etc… La burguesía pretende legitimarse y legitimar su riqueza diciendo que es producto de su trabajo. «Trabajando uno no se hace rico», dice la conciencia popular. «Cierto, al comienzo de la carrera teníamos ventaja al poseer ya desde el origen cierta cantidad de riqueza. Pero esa riqueza del pasado fue a su vez producto del trabajo de generaciones pasadas. Su origen se hunde en la noche del olvido. Pero siempre ha sido producto del trabajo». Así responde la burguesía. Para desechar ese mito de la riqueza originaria Marx desarrolla el capítulo sobre la acumulación originaria: se puede y debe hacer una genealogía del origen remoto de la riqueza.

La ventaja que tiene la teoría liberal del valor-trabajo es que supera, crítica y certeramente, el origen de la riqueza puesto anteriormente en el comercio y todas sus formas externas: al ambición, el azar, el riesgo, etc… Tanto Marx como Ricardo conciben estás formas de riqueza que produce el mercado como secundarias o derivadas: son un reparto o distribucion (real y que existe) de la riqueza creada originariamente en la producción. No es que la distribución y la circulación no creen riqueza. Si la crean. Pero es una riqueza secundaria: como un mero efecto. Confundir esta riqueza con la riqueza originaria (la riqueza creada en la producción, aquella que hace aumentar la riqueza que dispone una sociedad) sería como confundir las olas del mar (efecto o movimiento de superficie) con las mareas (causa o movimiento profundo/esencial). Por eso la teoría del valor es una tendencia a largo plazo y global. No es una cuantificación inmediata o matematizable. Los precios de las mercancías tenderán, globalmente y en un periodo amplio de tiempo, a su valor real.

Por tanto, situarse en la teoría del valor-trabajo, como ya señalamos anteriormente, es ponerse en un punto de vista muy interesante. Aquel donde la autorepresetación burguesa llega a su límite y a su callejón sin salida. Hay que volver a destacar que esta representación de la época de Marx era y es muy superior a muchas representaciones actuales que han derivado en visiones mitológicas y precriticas: la riqueza es producto de la creatividad, de ser emprendedor, de asumir riesgos, de no anquilosarse, etc… Por tanto, si queremos que la representación burguesa tenga un mínimo de seriedad o de pretensión de verdad creemos inevitable volver a la idea de que la riqueza ha sido producto del trabajo. Desde este punto de vista la burguesía tiene la riqueza que tiene por mérito propio y legítimamente. Sabemos que no es así, que la riqueza en el modo capitalista se obtiene de muchas formas ilegítimas. Pero en tanto que queremos criticar una pretensión científica, aquella de la ciencia económica, debemos adoptar su punto de vista. Recordar que este punto de vista es un modelo ideal (en el sentido de teórico, no en el sentido moral), el único capaz de producir una representación verdadera.

Otro tema interesante, pero colateral a esta, sería que también tendría sentido recuperar la idea de valor-trabajo durante la fase de transformación y superación del capitalismo. La injusta distribución de la riqueza en las sociedades actuales debería poder ser primeramente nivelada, de forma progresiva, a nivel mundial, a nivel del género humano. Y en ello la idea de que la riqueza es producto del trabajo debe jugar un papel relevante. Pero esto no es un tema de El Capital, donde no se habla del futuro más que en dos o tres páginas, pues es un análisis de «lo que hay» (aunque tenga la pretensión de mostrar que «lo que hay» es insuficiente).

Como cuarta característica vemos que esta contradicción de la teoría económica liberal es ya una metáfora de la propia contradicción interna en que se haya la sociedad capitalista misma. En efecto, es la sociedad humana que más riqueza ha creado nunca, abriendo con ello la posibilidad material de liberación y emancipación del género humano. Sin embargo es una sociedad que sigue sometida a esquemas de comportamiento basados en la dominación, la injusticia y la desigualdad. El capitalismo se ve obligado a mantener una pobreza estructural, que crece inevitablemente con el aumento de la riqueza social (el número de pobres a nivel mundial nunca había sido tan elevado como en la actualidad), únicamente para mantener una forma de dominación que privilegia a una parte de la sociedad. (Una cuestión muy interesante y espinosa sería pensar como cada uno de nosotros, habitantes de las sociedades «desarrolladas», aún siendo víctimas del capitalismo neoliberal, nos vemos, a su vez, beneficiados por el reparto global de la riqueza). Por tanto, es una sociedad que se contradice a sí misma. Dice que quiere generar y genera el máximo de riqueza posible, pero en realidad se dedica a malgastar y derrochar ingentes cantidades de riqueza. Esto ocurre porque la forma de organización social está anclada en el pasado, en formas caducas. ¿Qué coste tiene para el conjunto de la sociedad mantener una desigualdad y pobreza estructural? ¿Cuánto cuestan los ejércitos, las policías, las cárceles y jueces, es decir, todas las formas represoras del Estado? ¿No sería más sensato solucionar los problemas de raíz (acabar con la pobreza) en vez de mantener formas represoras cuya finalidad exclusiva es mantener a raya los efectos nocivos de dicha pobreza social?

La forma estructural de esta sociedad es la desigualdad. Esta forma de organización social se limita a reproducir lo que siempre se ha hecho en el pasado. Durante toda la historia humana hubo escasez económica. Y una estrategia para sobrellevarla fue la división en clases de la propia sociedad. Se creó con ello una clase minoritaria muy privilegiada, que dominando a la sociedad (apropiando más producto social del que creaba) se apropiaba, además, de todos sus avances como si hubiesen sido creados por ella. Pero ¿qué sentido tiene mantener una sociedad basada en dicha desigualdad cuando ya no existe la escasez que la género? Podemos decir que la riqueza se produce socialmente entre todos por igual: su estructura de producción es universal e igualitaria. Pero debe mantenerse una forma social de distribución (para resumir mucho) basada en la desigualdad, la pobreza y la injusticia. La sociedad burguesía debe malgastar grandes cantidades de riqueza social para mantener dicha forma social caduca. Ejemplos destacados de ello son las crisis económicas o las guerras (como inherentes al sistema económico: para poder regenerarse), así como las crisis financieras, etc… Según esta lógica las fuerzas productivas de la sociedad contradicen las relaciones de producción de la misma.

Pero mayor es todavía la contradicción que tiene la sociedad capitalista consigo misma a nivel existencial: no puede existir y, sin embargo, existe. ¿Cómo es posible? Parece ser que gracias a la socialidad humana, que es algo «innato o natural». No en el sentido biologicista, sino en el sentido kantiano de «condición de posibilidad»: la cooperación humana es condición de posibilidad de la sociedad misma (¿tesis de Polanyi?). La sociedad humana en su conjunto paga la deuda del capitalismo, incluso con su propia extinción, además de con la explotación bajo forma de trabajo asalariado, claro. Lo mismo vale para la naturaleza o para el planeta tierra: viene pagando las deudas del capitalismo desde sus orígenes. Pero es curioso como está contradicción queda velada a nivel ideológico. Y aquí es donde entra la critica de Marx. Si la ideología tiene la pretensión de basarse en una verdad científica (algo que ya difícilmente se encuentra en la propia burguesía) entonces tiene sentido la crítica a la economía política. Con esto volvemos en cierto modo al principio: El Capital es una crítica de la economía política en el sentido en que muestra su límite como ciencia. Desenmascara su pretensión de ser ciencia allí donde cubre sus propias contradicciones con un manto ideológico. La economía política es una representación válida solamente para un periodo histórico. No cumple con la pretensión de ser un conocimiento universal y necesario; eterno o atemporal. Las leyes capitalistas funcionan efectivamente, pero solamente bajo el capitalismo y no fuera de él (y esto solamente en el modelo ideal, pues ni siquiera el capitalismo real cumple con sus propias leyes internas). La crítica de Marx desmantela la pretensión de estas leyes de ser leyes eternas, como si fuesen universales e ineludibles. Además muestra esta crítica que tal pseudociencia es parcial en su mirada: adopta el punto de vista de una parte por el todo. La burguesía es aquella clase que defiende sus propios intereses particulares haciéndolos pasar por intereses universales, de todo el género humano. El instrumento que utiliza para ello es la ciencia o pseudociencia económica, base de todas las ciencias sociales. La ciencia deja así de ser un saber desinteresado. La crítica desenmascara su falsa pretensión de verdad, abriendo al camino a nuevas prácticas emancipatorias que antes quedaban cerradas.

Por tanto, podemos concluir que si el liberalismo fracasa en su pretensión científica, esto quiere decir que la sociedad capitalista es una sociedad que se mueve sin verdad alguna: ya no tiene ni necesita un concepto de sí misma. La sociedad capitalista es aquella que actúa por el actuar mismo. O es aquella sociedad que pone su mera subsistencia como finalidad última, subordinando todo otro fin como mero medio suyo. Su concepto es su hacer. Y su hacer es el mero subsistir: el ponerse como fin último o fin de todos los fines.

Pero como sabemos que sin verdad no hay vida, podemos a su vez concluir que la sociedad capitalista sustituye la verdad por una apariencia de verdad: por la ideología. Por tanto, la crítica de Marx destruye una verdad aparente para abrir una acción hacia un camino nuevo que estaba previamente cerrado. A su vez, este nuevo camino construye la posibilidad, en su hacer, de una nueva verdad posible y plena: la reconciliación y la emancipación del género humano en su efectividad o realidad.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

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