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Laura de Rokha, una mujer de tres patrias

<strong>Laura de Rokha, una mujer de tres patrias</strong>

Por Pilar Orellana

Fuentes: Correo del Alba

Rebelión 18 de abril del 2023.- La Librería del Sur de Caracas, Venezuela, exhibe en su vitrina una autobiografía de Laura de Rokha, de la editorial El Perro y la Rana.  Por el apellido, deduzco que es la hija de uno de los cinco poetas chilenos más importantes, ganador del Premio Nacional de Literatura en 1965, Pablo de Rokha. Comunista, contemporáneo y acérrimo refractario del otro poeta llamado Pablo y de similar ideología, Neruda. La vida los puso, lamentablemente, en un mismo momento a estos dos grandes de las letras que no llegaron a reconciliarse jamás. En 1968 De Rokha se suicidaría con la pistola calibre 38 que le regaló su amigo, el gran pintor-muralista mexicano, David Alfaro Siqueiros, por supuesto que sin la intención para la que sería usada por el vate. 

Al leer la autobiografía certifico que efectivamente Laura es la sexta hija de Pablo de Rokha. Mientras me entero que vive en Caracas desde 1976.  La ubico a través de Instagram, donde aparece su teléfono de contacto. Le pido una entrevista, que me concede de inmediato.

Junto a su marido, Marcos Pérez, me recibe en su departamento ubicado en el céntrico barrio de La Candelaria. Con sus espléndidos 90 años, Laura me saluda con alegría y con su acento chileno, que aún conserva, a pesar que solo vivió hasta sus 10 años allí.

En el libro me queda claro que al ser hija de Pablo de Rokha y de su madre Winétt su apego al arte le fue transmitido por ambos casi por osmosis.  Su hogar caraqueño lo comprueba: De las paredes cuelgan repisas donde se encuentran títeres confeccionados por ella misma; en pedestales aparecen personajes icónicos como Nosferatu, Frida Kahlo, el mimo-payaso ruso Popov, Hamlet, entre otros de ficción e históricos que ocupan casi todo el espacio, haciéndolo parecer un museo de marionetas.  Además Laura ha publicado ocho libros y ha escrito numerosos poemas que aún no han visto la luz.

Ella no vivió bajo la sombra de su padre, es más bien una muchacha del siglo XX, “con tres patrias”, como ella misma declara. Marcada por una madre y padre famosos, tres hombres que se suicidaron en su familia, tres maridos que transitaron con ella desde los 15 años. El primero duró muy poco, se casó con un joven de 17 años que tocaba piezas de Johann Sebastian Bach en el órgano de una iglesia, lugar que ella pisó, por primera vez, a sus 15 años. Se declara “totalmente atea, como mi papá; a mí no me bautizaron”. De los siete hijos de Pablo de Rokha, a cuatro los llevó en un taxi “clandestinamente” la abuela materna hasta una iglesia católica para recibir el bautismo. De su primer matrimonio tuvo a su hija Ana. Pero, a los 18 años, estando aún casada, se enamoró de su segundo compañero, Eduardo, argentino, artista dedicado al teatro de títeres. Con él aprendería un oficio que posteriormente ha sido su profesión.

Ella es la única hija viva de Pablo de Rokha, hace solo dos meses murió la hermana que le quedaba, tenía 100 años. “Estaba postrada en una cama. No, eso no lo quiero yo, más vale ‘chao’”, señala.

Laura recuerda que con solo 10 años “nos vinimos a Buenos Aires y de ahí nos fuimos a Uruguay, donde estuve muy enferma. Vinieron todos a despedirse de mí, los siete. Resulta que se murieron los seis y la única que está viva soy yo”.

La entrevista comienza con su presentación… –¿Me presento?, pregunta de manera directa Laura. –¡Claro!,  le respondo.

Me llamo Laura Díaz Anabalón, pero cuando escribo firmo como Laura de Rokha, porque todos los hijos de Pablo de Rokha cuando nos hemos dedicado a alguna rama del arte hemos tomado su apellido, ¡y a mí me encanta!

Entonces uso el De Rokha cuando escribo y hago los títeres. Vivo muy feliz en Venezuela, es mi país. Venezuela me encontró a mí. Como que la buscaba. Fui muy feliz en Argentina, que me gustó mucho, y a Chile lo adoro; pero la última nación es Venezuela.

Mujer de tres patrias, me pide que le llame.

Te casaste muy joven, a los 15 años. Si bien eran otros tiempos, ¿cómo fue que tu padre te autorizó para contraer matrimonio a esa edad?

Nunca entendí porqué mi padre dejó que me casara; creo que fue porque como había estado tan enferma le habían dicho que no iba a tener hijos y le recomendaron que no me casara. Sin embargo, tuve dos: Ana y Daniel.

De Chile recuerda su casa de la niñez, junto a sus padres, en la comuna de La Cisterna.  En su autobiografía cuenta que “la casa era un lugar de encuentro de muchos artistas. Allí llegaban poetas, pintores, músicos, además de otros seres estrafalarios”.

¿Cuánto te ha marcado la figura de tu padre?

Mi padre para mí era el sostén que tenía desde muy pequeña. Siempre lo tuve como el ser más fuerte del mundo, el gigante que nadie iba a poder nunca con él. Como no viví mucho con mi padre, pensaba en él y al rato, o al otro día, me estaba llamando por teléfono, era increíble. Y sí, considero que él fue el gran hacedor de mi madre y en mi vida.

Cuenta una anécdota. “Vivíamos en Río Ceballos, Argentina, donde mi padre alquiló un departamentito arriba de un cerrito que se llamaba El Embrujo. Yo creo que fue la época más feliz de mi vida con mis padres, porque fueron unos tres años; mi papá viajaba mucho. Ahí cumplí 15 años, ese día le dije que quería invitar a unos amigos y dijo que no, porque estaba escribiendo y ocupado. Yo insistía, le decía: ‘Quiero celebrar’, pero se negaba. Estaban con mi madre –como siempre– entre papeles, escribiendo, trabajando. Entonces le puse en un papel: ‘Papá, 15 años se cumplen una vez en la vida’. Él lo leyó, se paró y fueron a comprar, dispusieron todo y tuve una fiesta hermosa que nunca olvidaré”.

Eran siete hermanos, ¿cómo los recuerdas?

Siete hermanos. Carlos de Rokha, un poquito loco, pero un poeta extraordinario; después Lukó, una pintora; Juanita, que fue la que más vivió, ella era muy inconstante, pero no se dedicó al arte.

Luego José de Rokha, un pintor extraordinario que vivió en México, lo mandó Salvador Allende como Agregado Cultural. Pablo, anterior a mí, ahora publicaron sus hijas un libro, pero él se quedó como a la sombra de mi padre, lo acompañó a China, siempre estaba con él, era importante para él estar al lado de mi padre.

Sigo yo, que ya me conocen; y la más pequeña era Flor, que murió, ella cantaba, tenía una voz preciosa.

Además del arte, ¿ha tenido importancia la política para Laura?  (Tu padre era artista y político, militó en las filas del Partido Comunista de Chile).

Siempre digo que soy la última mujer comunista del mundo. Desde muy pequeña odiaba la mentira, y la odio. La injusticia me enferma. A mi padre le escuchábamos todas sus opiniones políticas, nos gustaba; en realidad a mí me encantaban.

Pablo de Rokha tiene un estigma de consecuencia política.

Una vez lo acompañé al Mercado –siempre iba de Argentina a verlo a Chile–, la gente salía de los puestos a saludarlo y le llamaban: “Don Pablo, don Pablo”. Le envolvían pescado, le dieron sandías de regalo. Se acercó un hombre muy pobre y le dijo: “Yo quiero recitarle un poema suyo que me aprendí de memoria”, y se lo recitó. Salí de ahí emocionadísima, me encantó. Para que tú veas, en el Mercado… una adoración.

Tu madre, Winétt, poeta, escritora, una artista… ¿cómo la recuerdas?

Mi madre era una mujer de una familia militar, mi abuelo fue general, y mi abuela era inglesa, Sanderson, entonces venía de una familia muy pudiente. En cambio, mi padre venía del campo, de andar a caballo con su padre, quien tenía fundo en el sur de Chile.

Ella lo amaba tanto, y sí, sintió la parte política, escribió Los niños de la URSS, una secuencia de poesía.

Sé de memoria una poesía de mi madre, pero de mi padre no, no encuentro un ritmo para decirla yo. El poema que se llama “Elegía en el viento de julio” se lo dedicó a él. En un acto que hicieron en Chile en honor a mi padre, después que hablaron todos subí al estrado y recité la poesía de mi madre, hice que saliera su voz.

Tu niñez fue larga y la adolescencia tan corta…

Sí, es verdad, casi no tuve adolescencia, prácticamente lo que te conté de los 15 años, pero fui muy feliz, no tengo marcas, todo pasó de forma natural, porque siempre me he adecuado a la edad que voy teniendo. Mi matrimonio a los 15 años fue muy cortito, éramos como dos niños.

Después me enamoré del titiritero argentino Eduardo di Mauro, estando casada, pero me fui a Chile. Mi madre estaba enferma, tenía cáncer, yo no lo sabía, me entero estando allá, y al poco tiempo murió. Luego Di Mauro fue a Chile a buscarme y mi papá le dijo: “Si usted quiere vivir con mi hija, me trae la partida del divorcio con el músico y solo así ha de casarse con ella”. Y Eduardo cumplió.

Recuerda que estaba en la Argentina cuando se suicidó su hermano Pablo, el 21 de mayo, y su padre a los pocos meses, ese mismo año 1968. Me dice que la única muerte en la que estuvo presente fue en la de su madre, en 1951.

El suicidio de sus dos hermanos y su padre le fueron comunicados por teléfono. Esta tragedia marcaría su carácter, negándose a la depresión y obligándose a salir adelante a pesar de la adversidad.

Laura vivió en la Argentina hasta el año 1976. Su marido, Eduardo, estaba siendo perseguido, fue un poco antes del golpe de Estado del 22 de marzo. Recuerda: “Aunque era yo la que activaba, porque me iba en bicicleta a repartir la revista Nuestras mujeres a los barrios, pero como yo era chilena, aunque tenía la residencia no se metieron conmigo, pero estaba muy peligroso quedarse allá”.

A su marido lo detuvieron por varios días. Decidieron irse, el viaje lo hicieron por tierra, a los dos días de salir los militares dieron el golpe de Estado. Atravesaron cinco países en auto: “Fue un viaje maravilloso y el último que hicimos los dos felices, después se arruinó todo. Nos fuimos por Chile, Perú, Ecuador, Colombia y llegamos a Venezuela”.

¿Por qué escogieron vivir en Venezuela?

Porque estaba Lukó, que estudió con David Alfaro Siqueiros cuando este estuvo en Chile. Durante 11 años dictó la cátedra de Dibujo y Pintura en la Universidad Técnica del Estado, hoy Universidad de Santiago de Chile (Usach); y Mahfud Massís, poeta y escritor chileno de origen palestino. Salvador Allende les había mandado como agregados culturales y se quedaron en Venezuela cuando fue el golpe de Estado en Chile.

A Venezuela, dice, le debe todo. Pero acá viviría una de las etapas más difíciles de su vida. Su segundo esposo se enamoró de una alumna: “…Hubo un resquebrajamiento total de la relación y comencé a vivir una especie de adolescencia que no había tenido. Viví dos años intensos, muy lindos”. Cuando conoció a su actual marido venezolano, Marcos Pérez, “…ya estaba preparada para seguir mi vida en pareja”, afirma Laura.

De inmediato relata: “Comencé con los títeres en esa época. Hacer las cabecitas, que me salían bien. Me dediqué a eso. He escrito dos libros de obras para títeres que han sido premiados: El reino de Demonia y Las hijas del rey Rosetón. Igualmente he hecho una adaptación de Hamlet para títeres”.

Se declara totalmente chavista y recuerda que “…un día estaba en el Ateneo [centro cultural] y llegó el comandante Chávez con su mujer, Isabel. Me acerqué, le di un beso y le dije: ‘¡Que todo le salga bien Comandante!’, y le salió bien”. Me confirma que el Ateneo ya no existe, ahí funciona ahora la Universidad de las Artes, “donde me gradué”, dice con orgullo.

En cuanto a los últimos años transcurridos, tras la muerte del comandante Chávez, nos cuenta que ha vivido de manera difícil el bloqueo, su marido está jubilado, pero ejerce docencia en la Universidad de las Comunicaciones. Ella hacía talleres de Teatro de Títeres hasta que comenzó la pandemia. Con el Gobierno trabajó mucho, ganó bien, fue reconocida por su quehacer como artista, recorrió los barrios de Caracas llevando su arte.

Le pregunto sobre sus planes a futuro y me responde con toda honestidad: “Ya no quiero hacer muchos planes, porque tengo 90 años. Espero operarme los ojos con la Misión Milagro. Estamos en una lista en el Hospital Militar, que están remodelando. Y tengo problemas de salud por una hernia”. Me cuenta todo con una sonrisa que no se le despinta de los labios.

Quiero saber qué significa este país para ella: “…Todo lo que puedo pedir en la vida lo he tenido en Venezuela, todo. Desde mi bachillerato, soy Licenciada en Educación de las Artes con mención Teatro de Títeres. He publicado ocho libros aquí. Trabajé siempre y mucho. Ahora no puedo trabajar tanto, pero sigo escribiendo, aunque ya no me pasan muchas cosas”. Y concluye con vehemencia: “Estoy totalmente agradecida de Venezuela. No la adoro, la venero”.

Guarda muchas fotos de su familia, porque dice que ahora las fotos desaparecen. Tiene siete nietas y nietos, 10 bisnietas y bisnietos. Me cuenta de manera muy graciosa que le dijo a su bisnieta que quería ser tatarabuela, pero esta le confesó que tiene novia: “Nada qué hacer, son otros tiempos”, se resigna.

Termina diciéndome: “Soy feminista mientras no se pongan pesadas, detesto que se hable con el inclusivo E”. Y me manifiesta que desde la pandemia: “He leído 127 libros”.

Laura de Rokha es única e inolvidable.

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