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Paradojas y contradicciones

<strong>Paradojas y contradicciones</strong><strong></strong>

Por Marco Tobón

Rebelión 05 de abril del 2023.- Una vecina cuenta que pasó muchos meses sin conciliar el sueño. Se sintió perdida, literalmente, en la oscuridad, preocupaciones, ansiedad, ocurrencias intrusas en su mente hasta el amanecer. Un síntoma generalizado en una sociedad en tensión permanente, expuesta a presiones psíquicas de todo tipo. Al final mi vecina halló un modo para quedarse dormida plácidamente: ver películas antes de dormir. “El otro día me quedé profunda dormida viendo un film de suspenso psicológico” – dijo. ¿Y cuál es el nombre de la película? – pregunté. “Insomnio” – dijo. El tal film con poderes somníferos es de 2002, dirigido por Christopher Nolan.

Luego de este episodio comencé a recopilar cada hecho paradójico que me encontraba en el camino. Como el que viví en la plaza de mercado de la ciudad de Leticia, en el Amazonas colombiano. Allí, en un puesto de ventas de medicinas alternativas y productos naturales, consulté al vendedor sobre el mejor remedio natural para los síntomas del Covid19. El tipo miró su estantería llena de frascos de esencias, de extractos, examinó con atención los manojos de hierbas, las cortezas y los envueltos de polvos coloridos. Luego, con un tono de sentencia, me respondió: “lo mejor para eso es irse para el hospital”. Interpreté su respuesta no como el veredicto de quien abjura del poder curativo de la fitoterapia, sino como el de alguien convencido de la importancia de defender el sistema público de salud.

Pero las paradojas que iba recogiendo, que a fin de cuentas son una forma de ver la realidad, no eran apenas imaginativos desafíos a la lógica, ni escapes tragicómicos de la realidad, muchas se presentaban como crudas contradicciones, heridas abiertas que dejan al descubierto la catástrofe. Me percaté de ello cuando leí un hecho narrado por el escritor Ricardo Piglia en una entrevista. Creí que era una entre muchas de las paradojas repentinas que suceden por ahí, pero no era más que una ruda y feroz contradicción. Dice Piglia que en la crisis económica de 2001 en Argentina, en el llamado corralito, “(…) una mujer mayor de un barrio de Buenos Aires, cuyo dinero había quedado atrapado en el corralito, fue al banco, armada con un revólver y unas tijeras, a robar su propio dinero. Hizo cola, dijo que le devolvieran el dinero y luego se desmayó”. La mujer tuvo el coraje suficiente de ir y robar su propio dinero. Esto no es una paradoja, es una jodida y dramática contradicción. Esta última se conecta con otra contradicción truculenta, como aquella de lanzar un salvavidas a los bancos con el dinero producido por todas las personas, por quienes trabajamos produciendo la riqueza. ¿Por qué en las crisis económicas se imponen medidas de austeridad para la gran mayoría y “socialismo estatal” -como diría Varoufakis – para los bancos? Nada menos que para los bancos, los más mezquinos, voraces y rastreros de la fauna neoliberal que nunca pierden en este juego macabro de sálvese quien pueda.

Las contradicciones estallan todo el tiempo en nuestra cara, y como están tan incrustadas en nuestras vidas, terminamos por naturalizarlas. No podemos perderlas de vista, que la duda crítica esté siempre de nuestra parte. Como los cuervos de Hitchcock las contradicciones revolotean amenazantes sobre nuestras espaldas. Algunas son menos nocivas, como la de la abuela diabética que le embute sin culpa dulces y helados a sus nietos. Pero hay otras contradicciones bien cabronas, apabullantes y feroces, que muchas veces escapan de nuestro control y se nos vienen encima como un huracán sin culpa con toda su fatalidad.

Una de las contradicciones más infames, y que a la gran mayoría nos repugna porque la vivimos todos los días, es la inocultable desigualdad. Principalmente la apropiación en pocas manos de la riqueza producida socialmente, producidas por nuestros cuerpos, cuerpos de mujeres y hombres que trabajamos todos los días desde cada rincón del planeta. Tomemos, para ilustrar el abismo, el índice Bloomberg de Multimillonarios, una especie de hijueputómetro internacional, y reparemos en los dos primeros de la lista, el francés Bernard Arnault que acumula 192 mil millones de dólares y el sudafricano Elon Musk que acumula 178 mil millones de dólares. Si comparamos con el salario mínimo en EE.UU., por ejemplo en el estado de California que es uno de los más altos, que asciende a 2.464 dólares mensuales (29.568 dólares al año), tenemos que una persona trabajadora para alcanzar la riqueza del magnate francés debe cumplir 6 millones y 494 mil años de trabajo. Después de esta operación no dan ganas de hacer las cuentas con el dueño de Twitter. Hace seis millones de años nuestros ancestros homínidos comenzaban a separarse de la rama de los grandes primates e intentaban andar en dos patas.

Así vamos en este mundo de contradicciones insoportables, rehenes de sus nudos ciegos que nos aprisionan, de los que solo podemos soltarnos juntos, a varias manos, pues el escape individual siempre conduce, inevitablemente, al laberinto del mercado como diría Walter Benjamin. Las contradicciones salta a la vista a cada instante. El “desarrollo sostenible” no es sostenible, los fiscales anti-corrupción son corruptos (como la delegada de Finanzas Criminales de la Fiscalía de Colombia que, junto a un ex-narco y algunos policías, extorsionaba a narcotraficantes con grandes sumas de dinero a cambio de impunidad), donde los partidos verdes no son verdes, donde existen pastores evangélicos, como en Brasil, que ayudan al prójimo con poder a lavar su dinero ilegal. La moral del dinero galopa imparable. A mayor poder acumulado mayor confianza para embaucar. Y aquí seguimos en medio, siempre con ganas de poder ver la máquina apagarse, escuchar que resopla, se funde y escuchamos de nuevo un aliviado silencio. Mientras llega ese momento seguiremos ahuyentando la incredulidad porque es amiga de la resignación y nos despolitiza, juntando fuerzas hasta que se vuelvan coraje, con rostros de multitud, diverso y potente, que acompañe a aquella mujer de Buenos Aires, y a todos los trabajadores, a recuperar su propio dinero de la rapiña de los bancos.

Quizás llegue el día en que podamos presenciar una bella paradoja, un hecho estético deseado por todos los mortales, por ejemplo, notificarle por Twitter a Elon Musk que toda su riqueza, todita, incluyendo bienes muebles e inmuebles, ha sido empleada para cubrir las deudas de las personas trabajadoras de este mundo. Dirá que es absurdo, que es una insensatez. Pero de insensateces sabemos bien y este no es el caso, esto se trata de los nudos de la contradicción que se aflojan. La historia de las contradicciones no es más que la historia de los enfrentamientos contra lo inaceptable. La impaciencia tendrá que organizarse, impulsada con un poco de buena voluntad, de consciencia crítica y un poco de rabia y ¡zaz!, la contradicción se desenmaraña por los efectos de las fuerzas antagónicas que se agitan en sus entrañas. Los Muks del futuro -en caso de que permitamos que broten – , si tienen alguna queja, bien podrán exponerla en la asamblea popular al comienzo del día.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

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